Los discípulos predicaban: muchos se convertían y confesaban sus pecados; afirmaban que oyendo la Palabra de Dios, se habían convertido. Ya no eran borrachos, ladrones, prostitutas, brujos, espiritistas y hechiceros. Y

trajeron los libros de espiritismo y obras diabólicas; y los quemaron delante de todos. Dios tiene poder eterno: hoy, un pueblo santo, predica un Cristo poderoso.