Todo creyente debe dejar todo lo malo que hacía. Sea evangélico, católico o protestante, tiene que vivir en rectitud en todo lugar. Su testimonio tiene que ser justo y verdadero, ante

la presencia de Dios y el mundo; en toda circunstancia. El Evangelio seguirá siendo predicado aunque haya oposición: llamando al arrepentimiento, a la obediencia; neutralizando todo tipo de rebeldía.