Los Apóstoles y discípulos vieron los milagros que Jesús había hecho; y Él les prometió enviar el Espíritu santo. Al terminar su Ministerio, ellos se escondieron: no podían orar, ni ayunar;

se frustraron. Al recibir el Espíritu santo, fueron transformados. Para ser instrumentos de Dios, hay que orar, ayunar, vigilar; y ser llenos del Espíritu santo: la única chispa de avivamiento.