Jesús fue apresado como un delincuente, golpeado, maltratado, castigado con un látigo en su espalda: acosado por aquella perversa generación. Caminó hacia el Gólgota rodeado de burladores, enemigos, blasfemos, religiosos

hipócritas; pero también de hombres y mujeres agradecidos por un milagro recibido. Cargaba una pesada cruz, que Simón de Cirene, en un momento, le ayudó a cargar.