Predicamos y somos una vida nueva, porque hemos muerto y morimos cada día: al pecado. Así, la vida de Jesús se manifiesta en nuestra carne mortal; porque nuestro cuerpo está separado

del pecado: eso es, consagrado a Dios. Una vida de buen ejemplo, de buen testimonio; produce vida, en los que nos ven y nos oyen. No es por las obras que se hagan, o por el dinero, o por la religión.