La Palabra de Dios enseña que cuando se vea a un hermano cometiendo una falta, hay que orar y acercarse a él, con una sonrisa. Tratarlo con amor, con mansedumbre,

con sabiduría, con respeto, con prudencia; interviniendo, para ayudarle. De esta manera, se destruye el plan del enemigo y nos mantenemos fieles a Dios; sin juzgar a los demás, pero cuidando la Salvación de nuestra alma.