Nuestro cuerpo es una vasija de barro, que hay que cuidar. Tenemos un tesoro: el alma, perfumada con el óleo del Espíritu Santo. El pecado más grave es espiritual: la soberbia.

Siempre hay que predicar a Jesucristo, que fue crucificado, resucitó, ascendió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre: Él tiene todo el poder y está en todo lugar, donde se invoca su nombre.