El Obispo debe ser irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar, no dado al vino, no codicioso; sino amable, apacible, no avaro, que gobierne

bien su casa, que tenga sus hijos en sujeción, con toda honestidad. Él sirve en el altar, y participa del altar. El pueblo agradecido con Dios: diezma, ofrenda, colabora y apoya su Obra.