Saulo de Tarso no era ateo, era un religioso conocedor de la Ley de Dios; celoso de su Obra. Aparece después de la muerte y resurrección de Cristo. Persigue, castiga, encarcela

y manda matar a los cristianos evangélicos, discípulos y Apóstoles: haciendo la guerra al Evangelio. Un día el Señor lo llama; él acepta con humildad. El cambio es extraordinario: ahora es el Apóstol Pablo.