Cuando una persona acepta a Cristo, Él entra en su vida y corazón. Su presencia hace que el creyente se despoje de todo engaño, hipocresía, chisme, envidia, malicia, maldad; y todo

aquello que desagrada a Dios; es decir, de todo pecado. Por eso, es importante que cuando un hombre o una mujer se entrega a Cristo, asista a la Casa de Dios, y escuche la Palabra de Dios no adulterada.