Creer, obedecer y predicar el Evangelio, trae consecuencias: somos aborrecidos, perseguidos, ultrajados y encarcelados. En países materialistas y ateos millones de cristianos en el mundo han muerto, por confesar su

fe. Seguir a Cristo cuesta sacrificio, padecimientos; pero no seguirlo es mayor sufrimiento, hasta la condenación eterna en el Infierno, y lo peor: en el Lago de fuego.