Arrepentidos de nuestros pecados, confesamos a Jesucristo, como Hijo de Dios, y de inmediato somos salvos por gracia: somos nacidos de nuevo y pasamos a ser hijos de Dios. Él nos

da su Palabra, que nos pone en condición de santificación progresiva. Así, sólo en Santidad, oración y ayuno, Dios concede el Bautismo del Espíritu santo: condición indispensable para trabajar en su Obra.