Después de unos días de oración, los discípulos se fueron retirando a sus casas para cumplir con sus obligaciones: quedaron como ciento veinte. Y en el aposento alto, perseveraban en oración

y ruego. Luego, en el día de Pentecostés, estando unánimes, aparecieron sobre sus cabezas, lenguas como de fuego y comenzaron a hablar en otras lenguas; como el Espíritu les daba que hablasen.