En el tiempo de Aarón el sacerdote tenía que asearse, lavarse las manos, ponerse un traje especial, examinarse delante de Dios, arrepentirse y ofrecer sacrificio por él mismo; antes de

ministrar en la ceremonia. Jesucristo de la tribu de Judá, se ofreció a sí mismo; siendo llamado como sumo sacerdote según el orden de Melquisedec para siempre: humilde, santo, inocente, sin mancha.