Cuando Dios se agrada de un pueblo que recibe y obedece su Palabra, Él lo protege y le da la comisión de predicar su Evangelio con poder: con señales y milagros.

Para ello hay que obedecer su Palabra, orar, ayunar, vigilar. Y es imprescindible el respaldo, la investidura de poder, la unción: el Bautismo del Espíritu Santo. Sólo así seremos instrumentos eficaces en la Obra de Dios.