Es necesario que el pueblo cristiano, sea un pueblo separado del mundo, que lea la Biblia, consagrado a Dios, que ore, que ayune, que congregue, que vigile, que pueda discernir;

que se mantenga en comunión con Dios. Cuando falta esto, en la Iglesia no hay derramamiento ni fuego del Espíritu santo: entra el mundo, la vanidad, el egoísmo, las ambiciones. Sólo existe la religiosidad.